miércoles, 17 de abril de 2013

APRICA 94: CUANDO EL MITO DERROTÓ AL GIGANTE



Para la gran mayoría de las personas mayo es conocido como el mes de las flores, pero para aquellos que amamos el ciclismo mayo es , ante todo, el mes del Giro de Italia. A pesar de ser la segunda vuelta en importancia en el calendario tras el Tour de Francia tiene algo que la hace especial y diferente a las demás. Debido quizás a la pasión que muestra el público local ante su prueba abarrotando las cunetas, todas las familias italianas pendientes de la televisión. Es su prueba y están orgullosos de ella. La adoran y la miman. ¿Qué importa si la gloria a los ojos de todo el mundo se la lleva el Tour? El Giro es sinónimo de encerronas, de escaramuzas en cualquier momento. Su espectacular orografía invita al abordaje desde la primera etapa. Unas montañas majestuosas cruzan el país de Norte a Sur. Alpes, Dolomitas, Apeninos. En cada una de esas rocas imposibles que transitan los ciclistas están tallados episodios de un ciclismo de altura.

A uno de esos pasajes me quiero referir hoy. La 15ª etapa del Giro de 1994 que discurría entre Merano y Aprica. Sin duda una de las mejores etapas de la historia moderna del ciclismo. La etapa en la que Miguel Indurain hincó la rodilla ante el último gran escalador que nos ha regalado la historia: Marco Pantani. Una etapa que condensa todos los ingredientes que hacen que este deporte, a pesar de vivir azotado por continuos seísmos, sea imperecedero: Ataques lejanos, alternativas en cabeza, líderes batiéndose a pecho descubierto. Recuperaciones, persecuciones, pájaras. El nacimiento de un mito y la más bella de las derrotas posibles.


Al inicio de la temporada de 1994 Miguel Indurain se encontraba en lo más alto de su carrera. Cinco grandes vueltas a sus espaldas le contemplaban. Un año 1993 casi perfecto. Tan solo un joven corredor norteamericano que apuntaba a clasicómano, Lance Armstrong, le pudo arrebatar la gloria más absoluta que proporciona conseguir la triple corona (Giro, Tour y Mundial en un mismo año) venciéndole en el Mundial de Oslo. Un corredor en plenitud cuyo declive nadie se atrevería a vaticinar. Hacía ya un par de años se había encargado de retirar de la circulación a los Lemond, Fignon, Delgado, Mottet y Alcalá y era punta de lanza de la generación del 64, que era la que ahora dominaba el calendario. Un grupo de corredores a los que Miguel tenía comida la moral. Tan solo un poderoso corredor suizo, Tony Rominger, parecía tener las armas suficientes como para poner en duda su dominio. Experto contrarrelojista como el navarro, y con algo más de punch en montaña, Rominger se había conjurado para volver a disputarle de tú a tú el trono en Julio, cuando se volvieran a ver las caras en el Tour.

Ambos ciclistas iban a calcar el calendario que tantos éxítos les habían proporcionado en el pasado. El suizo llegaría al Tour vía Vuelta a España (que a la postre venció de manera aplastante) mientas el gigante navarro portaría de nuevo el dorsal número 1 del Giro. Con similares días de competición que en el 93 se plantaba Miguel en la salida de Bolonia para intentar llevarse su tercera maglia rosa consecutiva en su camino de preparación al Tour de Francia.

En esa salida de Bolonia había un favorito incuestionable y no era otro que él.  Un peldaño por debajo estaban algunos de los corredores con que se había enfrentado en ediciones anteriores: Bugno, Chiappucci y Ugrumov (que le puso contra las cuerdas el año anterior camino del Santuario de Oropa). Nadie sospechaba entonces que, al final, los mayores rivales de Indurain en aquel Giro serían dos jóvenes corredores de la generación del 70: Eugeni Berzin y Marco Pantani.
Indurain comenzó bien, como solía, siendo tercero en la crono inaugural, superado solo por De las Cuevas y Berzin. En la primera semana, en la jornada 4º, hubo un primer final en alto donde venció el joven Berzin y se enfundó el maillot de líder. Demostraba haber llegado en gran forma tras haberse impuesto recientemente en Lieja, la decana de las clásicas. Pero nada debía inquietar los planes de Indurain y sus principales rivales. Tiempo tendrían de desbancar al inexperto corredor ruso en las jornadas Dolomíticas y Alpinas.
 El tiempo de voltear la clasificación y empezar a poner las cosas en sus sitio debía llegar con la crono larga del recorrido, en la 8ª etapa. Pero lo que en ella sucedió fue totalmente opuesto: Berzin volvió a vencer y, lo más hiriente de todo, distanció al navarro en más de 2 minutos y medio. Lo nunca visto hasta ahora. Todos presumían que a Berzin se le atragantaría la tercera semana, pero por primera vez desde que se puso líder en el Tour del  91 camino de Val Louron, Miguel necesitaría pasar al ataque en montaña.
Se acercaban los Dolomitas. Terreno donde debía jugarse la segunda de las batallas importantes tras el K.O. recibido en la primera semana. En Merano el joven Marco Pantani consiguió su primera victoria como profesional  y comenzaba a hacer buenos los pronósticos de figura de la prensa italiana. Tras dicha jornada llegaba el auténtico Tappone Dolomítico marcado en rojo en todos los libros de ruta:

 


La jornada 15ª unía las localidades de Merano y Aprica. Una etapa  de 195 exigentes kilómetros con el interminable Stelvio y el infierno del Mortirolo más una exigente tachuela cerca de meta: El Válico de Santa Cristina. Al inicio de la jornada Berzin contaba con un importante colchón de más de 2 minutos sobre sus rivales. Bugno, Chiappucci, Casagrande. Miguel se encontraba a 3:39. Pantani perdía 5:36. La jornada que estaba a punto de disputarse debía suponer la rebelión de los corredores veteranos intentando desbancar o, al menos, comenzar a limar la distancia que el ruso había conjugado en la primera parte de la carrera. A pesar de la fortaleza mostrada hasta entonces, su falta de experiencia debería ser clave. 
La carrera transitó más o menos tranquila a su paso por el Passo dello Stelvio. El primero en pasar por la cima fue el italiano Franco Vona, que había dejado la disciplina del grupo de escapados. Tras él un reguero de ciclistas como Udo Bolts y Guirotto iban haciendo de puente entre la cabeza y un peligroso grupo de 10 corredores que se habían filtrado en otra fuga con Chiapucci, Gotti y Belli como hombres más representativos.  Al inicio del Mortirolo nos encontramos pues con una carrera fragmentada, donde confluían un cúmulo de intereses que la hacían ingobernable: caza recompensas en busca de la etapa y hombres en busca de posicionarse en la general. Los 12,4 kilómetros de ascensión siempre por encima del 10% de desnivel  debían atomizar la carrera. En el Mortirolo (casi) siempre suceden cosas importantes. Es un puerto donde no te puedes esconder, no vale refugiarse en la rueda de algún corredor amigo. Es un vía crucis personal en el que tienes que encontrar tu paso y no desafiar a los dioses con temeridades y frivolidades. Todo esfuerzo extra será pagado. Eres tú y la montaña. En estas el grupo del líder, comandado por Rijs, inicia las primeras y duras rampas. Los corredores de la fuga ya se retuercen en sus bicicletas. Unos primeros kilómetros que deberían servir para encontrar  ese ritmo que te ha de servir para ascender con la mayor dignidad posible. Calma tensa.
Apenas llevaba el grupo dos kilómetros de ascensión cuando, a la salida de una curva, Marco Pantani pensó que aquel ritmo no era para él. Su enjuto cuerpo se agarró de la parte baja del manillar y arrancó. Una, dos, tres, diez pedaladas y el grupo era ya un recuerdo. Las descomunales condiciones de Pantani para la escalada estaban aún por descubrir para el común de los mortales y quizás por ello, unido a la sensación de poderío que tenía el joven líder hicieron que se soldará a su rueda, creyendo que la marcha que imprimía el italiano le serviría para alejar sin problemas a sus rivales más directos. La generación del 70 comenzaba a pedir paso mientras uno tras otro los corredores iban cediendo terreno. Miguel no estaba, eso era noticia. La hinchada española se había acostumbrado a ver a Miguel siempre en dominador, pero hasta esta altura de Giro no se había mostrado como tal. Desde luego la maniobra del Pirata era arriesgada, quedando más de 10 kilómetros a la cima, a unos 70 de meta, pero la de Berzin no lo era menos ya que dejaba atrás a su equipo quien podría imprimirle un ritmo beneficioso.En cierto modo Pantani, a más de 5 minutos, no debía inquietarle en la clasificación.
Los dos corredores iban haciendo camino, siempre Marco al comando, Berzin convertido en su sombra. Por detrás los corredores iban ya en fila india, cada uno en su particular penitencia. Indurain encontró su ritmo sostenido y dejó atrás a Bugno. Dos formas distintas de atacar una montaña: La exuberancia y la agresividad de Pantani y el tren de Miguel. No tardó en dar caza a De las Cuevas que había intentado seguir el paso del dúo atacante. Durante varios kilómetros Pantani y Berzin engullían corredores hasta que, inevitablemente, el ruso reventó. Había intentado igualar una apuesta para la que no tenía cartas. Pantani seguía mirando al frente, majestuoso, buscando la siguiente curva, intentando domar la montaña. Sabía que estaba escribiendo su propia historia, el primer capítulo de un libro de oro. 


Indurain, con las hechuras del veterano se acercaba poco a poco a Berzin, que pagaba la osadía de intentar seguir al de Cesena. A su ritmo constante acabó llegando a la altura del líder. Sin florituras, agarrado a la cruz del manillar. Ni un gesto, ni una mirada al alcanzarle, tan solo la misión de sostener esa marcha cien, doscientos metros más pues sabía que sus opciones de victoria pasaban por desembarazarse de su compañero de fuga y sus armas en montaña eran esas: Ritmo. Mientras  Pantani se situaba como cabeza de carrera a falta de dos kilómetros para la cima, el navarro imponía un ritmo cada vez más torturador al ruso. Sabía que jamás podría soltar los latigazos propios de los escaladores pero su ritmo no permitía un segundo de respiro a su rival. El punto de inflexión de Berzin llegó a falta de tres de la cima. Por segunda vez  perdía la rueda de su rival, por segunda vez perdía una apuesta subiendo el Mortirolo. Indurain consiguió al fin desembarazarse del ruso y caminó solo hacia la cima.

Pantani coronaba en solitario, una cabalgada legendaria. Y Miguel Indurain, con una ascensión de menos a más, perdía en torno a un minuto con la cabeza, sacando unos 50 segundos en la cima a su vez al líder. Inteligente y madura subida la del navarro, que, sabiendo cual era el ritmo que le valía, y sin cebarse en ruedas imposibles de seguir, se había plantado cuarto, con un vertiginoso descenso por delante donde poder sacar sus armas de bajador a relucir. Situación bajo control.



Ahora la carrera entraría en otra dimensión, era la hora de buscar y organizar un grupo con quien hacer camino. Quedarse solo con lo que queda por cubrir puede significar cavar tu propia tumba. Miguel se lanzaba con todo en busca de Pantani. Ya se había visto en estas el año pasado cuando supo arriesgar para neutralizar a Rominger en el descenso del Tourmalet. No tardaría en alcanzarle. Compartiendo la cabeza de carrera al final del descenso. Trío cabecero ahora. Tres corredores que no dudarían en pasar al relevo.
Berzin, en tierra de nadie comandaba un grupo que no le daba un relevo. Le habían trasladado toda la responsabilidad de perseguir al grupo cabecero. Portar la maglia rosa tiene un precio y el bravo ruso lo estaba pagando. En ese terreno pestoso camino de Aprica hemos visto perder y ganar Giros, auténtico territorio de guerrillas. Donde intentar recuperar el terreno perdido puede acabar de vaciar tu ya escaso depósito. En el primer paso por el pueblo, a 20 kilómetros de meta, el organizado trío cabecero pasaba con más de dos minutos sobre la cuadrilla que escoltaba a Berzin, quien llevaba más de 15 kilómetros tirando del grupo sin recibir una sola ayuda.  
Comenzaba el último puerto de la jornada, el Valico de Santa Cristina, con Indurain a la cabeza, tirando a bloque, sabiendo que todo un Giro estaba en juego. Quedaban algo más de quince kilómetros donde todo podía pasar. Esos dos minutos de ventaja podían ser tres o cuatro al final del día si Berzin pagaba el tremendo esfuerzo que venía soportando en primera persona. Pero los caprichosos dioses del ciclismo tenían reservado un nuevo giro a la carrera. Cuando parecía que todo estaba por fin de cara, cuando ya se habían superado las mayores dificultades, llega una señal de tu organismo y dice que algo no funciona. Paulatinamente pierdes fuelle, se te nubla la visión, la sangre no llega a las piernas. Eres incapaz de mantener el ritmo que hasta un instante antes sostenías. Una pájara en toda regla. El ritmo de Pantani era demasiado exigente y le había roto. Ese pequeño puerto dolomítico quería su sitio en la historia: Enterrar las opciones de todo un gigante como Miguel. Tremendo botín.  Pantani volaba hacia la cima, donde sacaría más de 3 minutos a Miguel, que veía como Belli y Chiappucci le rebasaban. Una auténtica sangría. Entró Pantani definitivamente en Aprica, levantando los brazos bajo la meta. Uno a uno iban llegando los corredores. Exhaustos tras más de 7 horas sobre la bici. Miguel apenas pudo recuperar 30 segundos al líder. Tremendo mazazo, tanto esfuerzo en vano.


Ese día en Aprica vimos una victoria épica de Pantani, un pedalear que no parecía de estos tiempos. Traía el aroma de Coppi y Gaul, Bahamontes  o el Tarangu. Heredero de una estirpe de tremendos escaladores. Una gesta que sería recordada por años: Había nacido un mito. Por su parte Indurain recibiría el mayor varapalo de su hasta entonces exitosa carrera. Muriendo sobre la bicicleta con gloria y honor, como hacen los campeones. Y el tercer vértice de este triángulo, Berzin, supo sufrir y no hundirse en la parte final a pesar de haber cometido errores de juvenil. No se podía dar crédito a lo que acababa de suceder. Una auténtica clase de ciclismo. Cien kilómetros para el recuerdo, más de dos horas excelsas de ciclismo. Una auténtica obra de arte.

Tras esta etapa Berzin supo mantener su ventaja en Alpes y ganar ese Giro. Pantani, segundo, y Miguel, tercero, le escoltarían en el pódium de Milan.

El verano llegó y Miguel volvió a triunfar en Paris, a pesar de que algunos deseaban darle por muerto tras aquel Giro. Un Tour donde Pantani volvió a dejar su extraordinaria huella de escalador. Pero eso ya es otra historia…….

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