Para la gran mayoría de las personas mayo es conocido como
el mes de las flores, pero para aquellos que amamos el ciclismo mayo es , ante
todo, el mes del Giro de Italia. A pesar de ser la segunda vuelta en
importancia en el calendario tras el Tour de Francia tiene algo que la hace
especial y diferente a las demás. Debido quizás a la pasión que muestra el
público local ante su prueba abarrotando las cunetas, todas las familias
italianas pendientes de la televisión. Es su prueba y están orgullosos de ella.
La adoran y la miman. ¿Qué importa si la gloria a los ojos de todo el mundo se
la lleva el Tour? El Giro es sinónimo de encerronas, de escaramuzas en
cualquier momento. Su espectacular orografía invita al abordaje desde la
primera etapa. Unas montañas majestuosas cruzan el país de Norte a Sur. Alpes,
Dolomitas, Apeninos. En cada una de esas rocas imposibles que transitan los
ciclistas están tallados episodios de un ciclismo de altura.
A uno de esos pasajes me quiero referir hoy. La 15ª etapa
del Giro de 1994 que discurría entre Merano y Aprica. Sin duda una de las
mejores etapas de la historia moderna del ciclismo. La etapa en la que Miguel
Indurain hincó la rodilla ante el último gran escalador que nos ha regalado la
historia: Marco Pantani. Una etapa que condensa todos los ingredientes que
hacen que este deporte, a pesar de vivir azotado por continuos seísmos, sea
imperecedero: Ataques lejanos, alternativas en cabeza, líderes batiéndose a
pecho descubierto. Recuperaciones, persecuciones, pájaras. El nacimiento de un
mito y la más bella de las derrotas posibles.
Al inicio de la temporada de 1994 Miguel Indurain se
encontraba en lo más alto de su carrera. Cinco grandes vueltas a sus espaldas
le contemplaban. Un año 1993 casi perfecto. Tan solo un joven corredor
norteamericano que apuntaba a clasicómano, Lance Armstrong, le pudo arrebatar
la gloria más absoluta que proporciona conseguir la triple corona (Giro, Tour y Mundial en un mismo año) venciéndole en
el Mundial de Oslo. Un corredor en
plenitud cuyo declive nadie se atrevería a vaticinar. Hacía ya un par de años
se había encargado de retirar de la circulación a los Lemond, Fignon, Delgado,
Mottet y Alcalá y era punta de lanza de la generación del 64, que era la que
ahora dominaba el calendario. Un grupo de corredores a los que Miguel tenía
comida la moral. Tan solo un poderoso corredor suizo, Tony Rominger, parecía
tener las armas suficientes como para poner en duda su dominio. Experto
contrarrelojista como el navarro, y con algo más de punch en montaña, Rominger
se había conjurado para volver a disputarle de tú a tú el trono en Julio,
cuando se volvieran a ver las caras en el Tour.
Ambos ciclistas iban a calcar el calendario que tantos
éxítos les habían proporcionado en el pasado. El suizo llegaría al Tour vía
Vuelta a España (que a la postre venció de manera aplastante) mientas el
gigante navarro portaría de nuevo el dorsal número 1 del Giro. Con similares
días de competición que en el 93 se plantaba Miguel en la salida de Bolonia
para intentar llevarse su tercera maglia rosa consecutiva en su camino de
preparación al Tour de Francia.
En esa salida de Bolonia había un favorito incuestionable y
no era otro que él. Un peldaño por
debajo estaban algunos de los corredores con que se había enfrentado en
ediciones anteriores: Bugno, Chiappucci y Ugrumov (que le puso contra las
cuerdas el año anterior camino del Santuario de Oropa). Nadie sospechaba
entonces que, al final, los mayores rivales de Indurain en aquel Giro serían
dos jóvenes corredores de la generación del 70: Eugeni Berzin y Marco Pantani.
Indurain comenzó bien, como solía, siendo tercero en la
crono inaugural, superado solo por De las Cuevas y Berzin. En la primera semana,
en la jornada 4º, hubo un primer final en alto donde venció el joven Berzin y
se enfundó el maillot de líder. Demostraba haber llegado en gran forma tras
haberse impuesto recientemente en Lieja, la decana de las clásicas. Pero nada
debía inquietar los planes de Indurain y sus principales rivales. Tiempo
tendrían de desbancar al inexperto corredor ruso en las jornadas Dolomíticas y
Alpinas.
El tiempo de voltear
la clasificación y empezar a poner las cosas en sus sitio debía llegar con la
crono larga del recorrido, en la 8ª etapa. Pero lo que en ella sucedió fue
totalmente opuesto: Berzin volvió a vencer y, lo más hiriente de todo,
distanció al navarro en más de 2 minutos y medio. Lo nunca visto hasta ahora. Todos
presumían que a Berzin se le atragantaría la tercera semana, pero por primera
vez desde que se puso líder en el Tour del
91 camino de Val Louron, Miguel necesitaría pasar al ataque en montaña.
Se acercaban los Dolomitas. Terreno donde debía jugarse la
segunda de las batallas importantes tras el K.O. recibido en la primera semana.
En Merano el joven Marco Pantani consiguió su primera victoria como
profesional y comenzaba a hacer buenos
los pronósticos de figura de la prensa italiana. Tras dicha jornada llegaba el
auténtico Tappone Dolomítico marcado en rojo en todos los libros de ruta:
La jornada 15ª unía las localidades de Merano y Aprica. Una
etapa de 195 exigentes kilómetros con el
interminable Stelvio y el infierno del Mortirolo más una exigente tachuela cerca
de meta: El Válico de Santa Cristina. Al inicio de la jornada Berzin contaba
con un importante colchón de más de 2 minutos sobre sus rivales. Bugno,
Chiappucci, Casagrande. Miguel se encontraba a 3:39. Pantani perdía 5:36. La
jornada que estaba a punto de disputarse debía suponer la rebelión de los
corredores veteranos intentando desbancar o, al menos, comenzar a limar la
distancia que el ruso había conjugado en la primera parte de la carrera. A
pesar de la fortaleza mostrada hasta entonces, su falta de experiencia debería
ser clave.
La carrera transitó más o menos tranquila a su paso por el Passo
dello Stelvio. El primero en pasar por la cima fue el italiano Franco Vona, que
había dejado la disciplina del grupo de escapados. Tras él un reguero de
ciclistas como Udo Bolts y Guirotto iban haciendo de puente entre la cabeza y
un peligroso grupo de 10 corredores que se habían filtrado en otra fuga con
Chiapucci, Gotti y Belli como hombres más representativos. Al inicio del Mortirolo nos encontramos pues
con una carrera fragmentada, donde confluían un cúmulo de intereses que la
hacían ingobernable: caza recompensas en busca de la etapa y hombres en busca
de posicionarse en la general. Los 12,4 kilómetros de ascensión siempre por
encima del 10% de desnivel debían
atomizar la carrera. En el Mortirolo (casi) siempre suceden cosas importantes.
Es un puerto donde no te puedes esconder, no vale refugiarse en la rueda de
algún corredor amigo. Es un vía crucis personal en el que tienes que encontrar
tu paso y no desafiar a los dioses con temeridades y frivolidades. Todo
esfuerzo extra será pagado. Eres tú y la montaña. En estas el grupo del líder,
comandado por Rijs, inicia las primeras y duras rampas. Los corredores de la
fuga ya se retuercen en sus bicicletas. Unos primeros kilómetros que deberían
servir para encontrar ese ritmo que te
ha de servir para ascender con la mayor dignidad posible. Calma tensa.
Apenas llevaba el grupo dos kilómetros de ascensión cuando,
a la salida de una curva, Marco Pantani pensó que aquel ritmo no era para él.
Su enjuto cuerpo se agarró de la parte baja del manillar y arrancó. Una, dos,
tres, diez pedaladas y el grupo era ya un recuerdo. Las descomunales
condiciones de Pantani para la escalada estaban aún por descubrir para el común
de los mortales y quizás por ello, unido a la sensación de poderío que tenía el
joven líder hicieron que se soldará a su rueda, creyendo que la marcha que
imprimía el italiano le serviría para alejar sin problemas a sus rivales más
directos. La generación del 70 comenzaba a pedir paso mientras uno tras otro
los corredores iban cediendo terreno. Miguel no estaba, eso era noticia. La
hinchada española se había acostumbrado a ver a Miguel siempre en dominador,
pero hasta esta altura de Giro no se había mostrado como tal. Desde luego la maniobra
del Pirata era arriesgada, quedando más de 10 kilómetros a la cima, a unos 70
de meta, pero la de Berzin no lo era menos ya que dejaba atrás a su equipo
quien podría imprimirle un ritmo beneficioso.En cierto modo Pantani, a más de 5
minutos, no debía inquietarle en la clasificación.
Los dos corredores iban haciendo camino, siempre Marco al comando,
Berzin convertido en su sombra. Por detrás los corredores iban ya en fila
india, cada uno en su particular penitencia. Indurain encontró su ritmo
sostenido y dejó atrás a Bugno. Dos formas distintas de atacar una montaña: La
exuberancia y la agresividad de Pantani y el tren de Miguel. No tardó en dar
caza a De las Cuevas que había intentado seguir el paso del dúo atacante. Durante
varios kilómetros Pantani y Berzin engullían corredores hasta que,
inevitablemente, el ruso reventó. Había intentado igualar una apuesta para la
que no tenía cartas. Pantani seguía mirando al frente, majestuoso, buscando la
siguiente curva, intentando domar la montaña. Sabía que estaba escribiendo su
propia historia, el primer capítulo de un libro de oro.
Indurain, con las hechuras del veterano se acercaba poco a
poco a Berzin, que pagaba la osadía de intentar seguir al de Cesena. A su ritmo
constante acabó llegando a la altura del líder. Sin florituras, agarrado a la
cruz del manillar. Ni un gesto, ni una mirada al alcanzarle, tan solo la misión
de sostener esa marcha cien, doscientos metros más pues sabía que sus opciones
de victoria pasaban por desembarazarse de su compañero de fuga y sus armas en
montaña eran esas: Ritmo. Mientras Pantani se situaba como cabeza de carrera
a falta de dos kilómetros para la cima, el navarro imponía un ritmo cada vez
más torturador al ruso. Sabía que jamás podría soltar los latigazos propios de los
escaladores pero su ritmo no permitía un segundo de respiro a su rival. El punto de inflexión de Berzin llegó a falta de tres de la cima. Por segunda vez perdía la
rueda de su rival, por segunda vez perdía una apuesta subiendo el Mortirolo. Indurain consiguió al fin desembarazarse del ruso y caminó solo hacia la cima.
Pantani coronaba en solitario, una cabalgada
legendaria. Y Miguel Indurain, con una ascensión de menos a más, perdía en
torno a un minuto con la cabeza, sacando unos 50 segundos en la cima a su vez al
líder. Inteligente y madura subida la del navarro, que, sabiendo cual era el
ritmo que le valía, y sin cebarse en ruedas imposibles de seguir, se había
plantado cuarto, con un vertiginoso descenso por delante donde poder sacar sus armas
de bajador a relucir. Situación bajo control.
Ahora la carrera entraría en otra dimensión, era la hora de
buscar y organizar un grupo con quien hacer camino. Quedarse solo con lo que
queda por cubrir puede significar cavar tu propia tumba. Miguel se lanzaba con
todo en busca de Pantani. Ya se había visto en estas el año pasado cuando supo
arriesgar para neutralizar a Rominger en el descenso del Tourmalet. No tardaría
en alcanzarle. Compartiendo la cabeza de carrera al final del descenso. Trío
cabecero ahora. Tres corredores que no dudarían en pasar al relevo.
Berzin, en tierra de nadie comandaba un grupo que no le daba
un relevo. Le habían trasladado toda la responsabilidad de perseguir al grupo
cabecero. Portar la maglia rosa tiene un precio y el bravo ruso lo estaba
pagando. En ese terreno pestoso camino de Aprica hemos visto perder y ganar Giros,
auténtico territorio de guerrillas. Donde intentar recuperar el terreno perdido
puede acabar de vaciar tu ya escaso depósito. En el primer paso por el pueblo, a
20 kilómetros de meta, el organizado trío cabecero pasaba con más de dos minutos
sobre la cuadrilla que escoltaba a Berzin, quien llevaba más de 15 kilómetros
tirando del grupo sin recibir una sola ayuda.
Comenzaba el último puerto de la jornada, el Valico de Santa
Cristina, con Indurain a la cabeza, tirando a bloque, sabiendo que todo un Giro
estaba en juego. Quedaban algo más de quince kilómetros donde todo podía pasar.
Esos dos minutos de ventaja podían ser tres o cuatro al final del día si Berzin
pagaba el tremendo esfuerzo que venía soportando en primera persona. Pero los
caprichosos dioses del ciclismo tenían reservado un nuevo giro a la carrera.
Cuando parecía que todo estaba por fin de cara, cuando ya se habían superado las
mayores dificultades, llega una señal de tu organismo y dice que algo no
funciona. Paulatinamente pierdes fuelle, se te nubla la visión, la sangre no
llega a las piernas. Eres incapaz de mantener el ritmo que hasta un instante
antes sostenías. Una pájara en toda regla. El ritmo de Pantani era demasiado
exigente y le había roto. Ese pequeño puerto dolomítico quería su sitio en la
historia: Enterrar las opciones de todo un gigante como Miguel. Tremendo botín. Pantani volaba hacia la cima, donde sacaría
más de 3 minutos a Miguel, que veía como Belli y Chiappucci le rebasaban. Una
auténtica sangría. Entró Pantani definitivamente en Aprica, levantando los
brazos bajo la meta. Uno a uno iban llegando los corredores. Exhaustos tras más
de 7 horas sobre la bici. Miguel apenas pudo recuperar 30 segundos al líder.
Tremendo mazazo, tanto esfuerzo en vano.
Ese día en Aprica vimos una victoria épica de Pantani, un
pedalear que no parecía de estos tiempos. Traía el aroma de Coppi y Gaul,
Bahamontes o el Tarangu. Heredero de una
estirpe de tremendos escaladores. Una gesta que sería recordada por años: Había
nacido un mito. Por su parte Indurain recibiría el mayor varapalo de su hasta
entonces exitosa carrera. Muriendo sobre la bicicleta con gloria y honor, como
hacen los campeones. Y el tercer vértice
de este triángulo, Berzin, supo sufrir y no hundirse en la parte final a pesar
de haber cometido errores de juvenil. No se podía dar crédito a lo que acababa
de suceder. Una auténtica clase de ciclismo. Cien kilómetros para el recuerdo,
más de dos horas excelsas de ciclismo. Una auténtica obra de arte.
Tras esta etapa Berzin supo mantener su ventaja en Alpes y
ganar ese Giro. Pantani, segundo, y Miguel, tercero, le escoltarían en el
pódium de Milan.
El verano llegó y Miguel volvió a triunfar en Paris, a pesar
de que algunos deseaban darle por muerto tras aquel Giro. Un Tour donde Pantani
volvió a dejar su extraordinaria huella de escalador. Pero eso ya es otra
historia…….
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